Un nativo Bora, avispado publicista de sí mismo se presenta en un reality show de la TV chilena. Durante el desarrollo del programa los
chilenos se burlan de él y de la tribu Bora, razón por la cual todos los peruanos nos ofendemos y nos
rasgamos las vestiduras como si nosotros mismos fuéramos muy respetuosos del
prójimo y no viviéramos discriminando en público y en privado a los demás ya
sea por raza, idioma, nacionalidad, opción sexual, aspecto físico, religión,
tendencia política.
El más furibundo crítico de la imbecilidad de los
periodistas chilenos ha sido Beto Ortiz, sujeto procesado por pedofilia entre
otras cosas y actual director del programa EL VALOR DE LA VERDAD. Sin embargo,
para Ortiz no hay problema en humillar públicamente a la gente necesitada que
acude a su programa (“lo hacen voluntariamente y firman una declaración jurada”,
se defiende Beto). Esos voluntarios se someten a un escarnio consistente en confesar,
conectados a un polígrafo, sus más truculentas intimidades, las mismas que han
sido previamente sopesadas en su valor de morbo por el equipo de producción de
Ortiz, con la finalidad de preparar las preguntas adecuadas: ¿ejercías la prostitución? ¿le fuiste infiel
a tu esposo mientras estabas embarazada? ¿has tenido relaciones sexuales con
tus alumnas (a un profesor)? Los
interrogados tienen que responder frente a sus padres, hijos o esposos (en el
set) y otros 10 millones de personas frente a su televisor. La razón de este
autoflagelo: el premio de 50,000 soles que pueden ganar si dicen la verdad.
Pero Ortiz no es el único
incapacitado moralmente para andar escarbando en el ojo ajeno de nuestros
vecinos rotitos. También lo son algunos
medios de prensa como el diario Correo, ganador del premio a la columna
periodística más racista del mundo en el 2008 (en la que el felizmente finado Andrés Bedoya Ugarteche
afirmaba que las etnias amazónicas eran grupos de caníbales que no merecían ser
considerados ciudadanos: “No sé que
espera Alan que no prepara a su FAP con todo el napalm necesario”- remataba
el columnista. Digamos que los chilenos no fueron tan lejos). Y el director de
ese medio, Aldo Mariátegui, es el mismo que se burlaba de la mala ortografía y
sintaxis de la congresista quechua-hablante Hilaria Supa de la misma despectiva
manera en la que el reportero chileno le preguntaba al miembro de la etnia
Bora, Aroldo Miveco, “si no prefería que
le hablara en peruanito”.
Finalmente no podemos dejar de mencionar
a otro engreído de Frecuencia Latina (cuyo propietario, Baruch Ivcher sí salta
hasta el techo ante el más mínimo asomo de antisemitismo), el cómico Jorge
Benavides, cuyos personajes, el Negro Mama y la Paisana Jacinta no son
precisamente un homenaje o exaltación de los valores y cultura de la comunidad
afroperuana y la mujer campesina de la
sierra, respectivamente.
Ojalá aplicáramos a los medios de comunicación
peruanos que hacen gala de su ignorancia con estas muestras de racismo, el
mismo rigor e indignación que hemos mostrado en estos días ante las babosadas
oídas en la televisión chilena.
Al final, tanto los periodistas,
comunicadores y figurettis chilenos, como sus pares locales parecen pertenecer
a un mismo clan: tienen como rasgo común la ignorancia, el desprecio por el
prójimo, la falta de principios que los lleva a hacer lo que sea con tal de
ganar en el rating.
Idiotas que se creen geniales porque logran que una persona
le lama las axilas a otras a cambio de unos billetes. Nada más despreciable. Y,
como espectáculo, nada más aburrido.