(publicado originalmente el 26 de Abril del 2012)
Al cumplirse 20 años del golpe de Estado perpetrado por
Fujimori el 15 de Abril de 1992, escucho a Jorgito del Castillo contar en
entrevista matinal con Beto Ortiz, los detalles de la irrupción de soldados ese
día en la casa de Alan García, con quien se encontraba él reunido. Cuenta que
se dirigió él mismo a abrir la puerta, ya advertidos de lo que sucedía. Se
demoró adrede, dice, para darle tiempo a Alan de esconderse. El periodista le pregunta si sintió miedo, y
el aprista le responde que por supuesto, nadie sabía lo que podía suceder.
Ortiz, pregunta si había alguien más en la casa y Del Castillo nos cuenta que
se encontraban durmiendo los pequeños hijos de Alan, Luciana,
entonces de 7 años y Alan Simon de 4 años. La entrevista continúa y me percato
de la monstruosidad: ¿este hombre de
casi dos metros de altura huyó despavorido por los techos de Chacarilla, por
miedo a que le pasara algo, dejando en su casa, a merced de las tropas
fujimoristas a sus pequeños hijos ? ¿Cómo no se activó en él ese instinto
paterno que lleva a las personas a dar la vida si es preciso con tal de
proteger a sus hijos? ¿Cómo pudimos
permitir que nos gobierne por segunda vez un hombre, mejor dicho, una
cucaracha, de esa calaña?
Un gobernante es igual que el Capitán de un barco: si se
hunde, él debe ser el último en
abandonarlo. Y es increíble que en el
año 2006, los peruanos no recordáramos como este corrupto e inepto aprendiz de
gobernante, hundió al país, luego de haberse asegurado un buen bote salvavidas
para él y toda su familia, bote con motor fuera de borda que lo llevó hasta la
Rue de la Faisanderie, en París, donde, inexplicablemente, el pilluelo García
Pérez, cuyos únicos ingresos declarados entre los años 1978 y 1989
correspondían a sus sueldos como diputado primero y luego como Presidente de la
República, había conseguido comprar una propiedad cuyo valor se negocia en la
escala de los millones de euros.
Esta historia, me hace pensar inmediatamente en otra parecida,
cuyo protagonista fue también un líder aprista: Rodrigo Franco. Cuando una
columna senderista (algunos dicen que habrían sido los mismos compañeros
apristas) tocó la puerta de su casa en Ñaña, pidiendo que saliera, Franco, se
ocupó de poner a salvo a sus hijos, para luego salir él a dar la cara, sabiendo
que su vida peligraba.
Ese hombre, fue el único miembro del partido aprista con los
cojones, la entereza y la dignidad necesarias como para dirigir a un país.
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